Aprovechando estas fechas de Semana Santa, se me han agolpado innumerables recuerdos, todos ellos relacionadas con estos días estivales. Comenzábamos la Semana Santa con el viaje entre las inacabables curvas de la Sierra de Gredos, y con la ilusión de quién va a ver a sus amigos de la infancia, algunos de nosotros, no nos veíamos desde las vacaciones de verano.
Recuerdo que por esas fechas, siempre llovía o nevaba, los braseros y las chimeneas estaban encendidas desde primera hora de la mañana, y los días se pasaban, bajo el techo del portalillo de la Iglesia jugando al Mus o al Cinco y Caballo, estas partidas solo se veían interrumpidas por las visitas de las mujeres para preparar la Iglesia, la llegada del cura para dar sus homilías, y los fieles a rezar y asistir a las procesiones.
Durante estos días nuestras abuelas llevaban leña al horno para hacer los famosos mantecados y hornazos típicos de estas fechas. Los mantecados tenían diferentes formas: cuadrados, redondos, trapezoidales…recubiertos de azúcar y que durante los meses siguientes había que ir a buscar en el fondo de las tinajas de barro de la despensa. El hornazo, sin embargo, duraba poco, estaba hecho de una masa de color rojiza, y rellena de chorizo, magro, huevo duro y lomo, y había veces que estaba tan seco que provocaba hipo en el primer mordisco. Sin embargo, todos estábamos deseando comerlo.
Pero el día grande, era el Domingo de Pascua, mi abuela iba a recoger unas raíces que crecían en una pared de la Huerta de los Canteros, y con las que, una vez hervidas, teñía los huevos, para hacer nuestros huevos de pascua, allí no los había de chocolate. Ese domingo por la tarde, era típico, ir con nuestros huevos morados a rodarlos a las Eras del Romo, y una vez rotos, comérlos¡¡ Ahora lo pienso y no sé cómo podíamos comernos esos huevos duros una vez que habían sido rodados por el suelo entre la hierba seca….en fin…..qué cosas…..